Cierta vez, estaba Apolo disparando sus flechas y logró dar muerte a una gran serpiente venenosa. Cuando se acercó a su presa, descubrió entre el follaje, a un niño con las alas de oro. Era Eros, el dios del amor quien, con sus flechas, atravesaba el corazón de los hombres y de los dioses para inspirarles amor. Cuando vio las flechas de Apolo, se acercó curioso y tomó una para jugar con ella. Entonces, Apolo lo increpó: -¡Deja esa flecha, Eros! Es un arma demasiado poderosa para que la utilice un niño. Con ella, He dado muerte a esta temible serpiente, que es mucho más de lo que puedes hacer con tus dardos. -No te jactes Apolo, porque si tus flechas pueden atravesar a los animales, las mías se clavan por igual en el corazón de los hombres y en el de los inmortales dioses. si yo quisiera, podría hacerte sufrir mucho… -Difícil será que puedas hacerlo, pequeño Eros – lo desafió Apolo y se alejó riéndose. El niño se enojó y juró vengarse. Entre los dardos que tenía Eros, ...